El adiós de un grande de verdad.

Enviado por bielo el Lun, 06/11/2006 - 09:26

"Estamos concientes que este es otro de los partidos duros que va a enfrentar, pero sabemos que con su grandeza va a salir una vez más por la puerta grande". Estas fueron las palabras de Walter Spencer, el menor de los hijos de Alberto, que desde la Clínica de Cleveland, en los Estados Unidos, hace una semana atrás, se expresaba con tono de resignación por el delicado estado de salud del más grande futbolista ecuatoriano de todos los tiempos.

Corría el año de 1981 cuando tuve la suerte de conocer la hermosa ciudad de Montevideo, me encantó tan solo mirarla, fue como un amor a primera vista. Pequeñita pero muy acogedora, la rambla que bordea la costanera y el Río de la Plata es fuente de inspiración para los grandes pintores, la Av. 18 de Julio, la Plaza del Entrevero, el Museo Departamental, sus cafecitos y bares repletos de gente amigable y el enorme y mítico estadio Centenario. Apenas pisé el Aeropuerto de Carrasco, mientras hacía los trámites migratorios, la primera y gran sorpresa, al presentar mis documentos, el hombre encargado de visar mi pasaporte, levantó su mirada y mirándome fijamente me dijo: "Sos ecuatoriano, de la tierra de Spencer, bienvenido, ¿cuándo nos mandan otro goleador como Alberto?".

En otra oportunidad, en el centro de Montevideo en compañía de algunos colegas tomamos un taxi, el taximetero, como les dicen a los chóferes en el sur del continente, era un experto en fútbol, hincha a muerte de Peñarol, en quince minutos que duró la carrera, nos hizo un espectacular relato de la historia de los mirasoles, capítulo especial para Spencer, de quien habló maravillas y lo definió como el más grande goleador que ha tenido en su historia el club uruguayo. Cuando llegamos a nuestro destino y le consultamos cuánto le debíamos, nos sorprendió a todos, "los hermanos de Spencer, los ecuatorianos no pagan en mi taxi, ustedes no saben las alegrías que Alberto con sus goles nos regaló, vayan tranquilos y denle un fuerte abrazo a Spencer."

Estas historias se repetían a diario y en todo lugar, por donde caminábamos era lo mismo, solo palabras de admiración y gratitud para el gamo ecuatoriano o el insider piel canela como lo bautizó uno de los más grandes relatores uruguayos, Heber Pinto, quien tuvo el privilegio de cantar los goles de Spencer y los títulos que en América y el Mundo conquistó el viejo y querido Peñarol. Cada vez que visitaba Montevideo, cada vez que me hablaban de Spencer, me sentía un poco más orgulloso de haber nacido en mi tierra. Alberto para la época en que yo llegué a conocer Montevideo, ya se había retirado del fútbol, sin embargo la idolatría que el noble pueblo uruguayo sentía por él, crecía con el pasar de los años, Spencer querido y respetado.

Un señor dentro y fuera de las canchas. Pese a su grandeza, a su condición de ídolo, jamás perdió su humildad. Hombre de perfil bajo. No le gustaban ni los reportajes ni los flashes, enemigo de las excentricidades, pero leal y generoso con sus amigos, siempre respondió a los principios de honestidad y solidaridad que Walter y América, sus padres, le inculcaron a él y sus doce hermanos en ese hogar que con amor y mucho esfuerzo construyeron en Ancón. No quiero hoy recordar en detalles los goles que Spencer marcó en su trayectoria, solo decir que fue el máximo artillero de la Copa Libertadores de América, 54 conquistas, récord que hasta hoy ostenta y que difícilmente podrá ser igualado.

Campeón de América y del Mundo, goleador de verdad, de los buenos, de los de siempre, por algo su apellido se escribe con la S de siempre. Orgullo de los ecuatorianos, jamás a pesar de que amó entrañablemente a Uruguay, aceptó nacionalizarse. Si lo hacía, bien pudo haber jugado un par de mundiales. Siempre fue orgulloso por defender la tricolor y a su país. La mañana de este 3 de noviembre, nos trajo la fría noticia, en un hospital de Cleveland, lejos de los que amó y de los que lo amaron, a la edad de 69 años (6 de Diciembre de 1937) rodeado de su fiel esposa Maria Teresa y de sus hijos, Alberto, Jacqueline y Walter, el corazón de Alberto no quiso dar más batalla.

Se ha ido un grande de verdad, un goleador memorable. Se ha ido un hombre de bien. Un hombre que se convirtió en ejemplo de superación y de amor a su país. Adiós Alberto, seguro que allá en el cielo Dios lo está esperando con las camisetas de Peñarol y la Selección Nacional, mientras acá en la tierra lo seguimos llorando dos pueblos, el uruguayo y el ecuatoriano. Adiós Spencer. Gracias por haber nacido en este país.