El campeón Lippi deja la selección acallando bocas.

Enviado por roberto el Mié, 12/07/2006 - 12:24

Apenas dos años y un mes después de ser anunciado su acceso al cargo, y tras haber alcanzado la gloria con el título mundial, Marcello Lippi ha puesto punto y final a su etapa como seleccionador nacional italiano, algo que ya tenía decidido antes del mundial por la críticas recibidas.

Lippi, nacido en la localidad toscana de Viareggio (Lucca), el 11 de abril de 1948, y apasionado sobre todo del mar y entre otras cosas de la buena cocina, tuvo una carrera como jugador discreta (Savona, Sampdoria, Pistoiese).

Pero se ha sacado la espina como técnico. Y cómo. Empezó en la campaña 1982-83, cuando pasó a dirigir el equipo juvenil del Sampdoria y después al Pontedera, Siena, Pistoiese y Carrarese, todos en los campeonatos de la tercera categoría.

Su debut en la Primera división se produjo en la campaña 1989-90, al frente del Cesena, donde permaneció dos temporadas. Luego, tras pasar por el Lucchese (Segunda división) ya se hizo notar dirigiendo al Atalanta, al que llevó a la séptima plaza de la Primera división en la campaña 1992-93.

Ello le hizo fichar a la campaña siguiente por el Nápoles, al que ubicó en la sexta plaza del campeonato 1993-94, lo que ya le hizo ser seguido por los grandes, fichando en el verano de 1994 por el Juventus.

Al frente de la Vecchia Signora, como es denominado el Juventus de Turín, Lippi consiguió el estrellato internacional, en dos etapas: 5 ligas italianas (1994-95, 96-97, 97-98, 2001-02 y 2002-03), 1 Copa de Italia (1994-95), 4 Supercopas Italianas (1995, 97, 2002, 2003), 1 Liga de Campeones de Europa (1995-96), 1 Supercopa Europea (1996) y 1 Copa Intercontinental (1996).

Su único lunar lo vivió en el periodo 1999-2001, cuando entrenó al Inter de Milán. Se desquitó en su regreso al Juventus.

Pero el 16 de julio de 2004 le llegó la ocasión que había deseado tras ganarlo todo con un club: dirigir la selección de su país. Sustituyó al veterano Giovanni Trapattoni y, primero, clasificó a Italia, sin grandes apuros, para el mundial Alemania'06.

Lo hizo, además, devolviendo alegría e ilusión al aficionado italiano y acompañado por un buen juego que dejaba atrás el fútbol tan especulativo de etapas anteriores. Luego, en Alemania 2006, llevó al calcio a la gloria, justo cuando se encuentra éste en su peor momento de credibilidad.

Pero Lippi acudió ya al mundial dolido, y muchísimo. No entendía los muchos comentarios previos recibidos sobre su presunta implicación, y la de su hijo, en el caso de corrupción en que se encuentra inmerso el calcio gracias a las escuchas telefónicas a cargo de distintas fiscalías del país.

Su nombre, y sobre todo el de su hijo (representante de jugadores e integrante de la empresa de representación GEA, la principal encausada), se pusieron en duda y hubo quien, en amplio número, incluso desde los propios medios informativos a la clase política del país, solicitaron que se le destituyese del cargo y no viajara al mundial al frente de la selección.

Se le acusaba de que presuntamente había convocado en su etapa como seleccionador a jugadores representados por la citada GEA para hacerles aumentar su valor. Y que, en ello, había influido su hijo.

Lippi lo negó, se basó en los números de los jugadores convocados, en sus logros al frente de la selección, dijo no saber quién representa a quién y que a su hijo, cuando éste le dijo que ibas a ser representante de futbolistas, le aseguró que nunca ficharía a un jugador que él representará.

Incluso, poco antes del inicio del mundial, cuando en mayo empezó la concentración para preparar la cita en Coverciano (Florencia), tuvo que acudir el Comisario Extraordinario Federativo, Guido Rossi, para confirmar a Lippi en su cargo. Sin embargo, pese a todo, la duda sobre el obrar de Lippi no se disipó.

Entonces Lippi, tozudo, ya empezó a ver el mundial de Alemania 2006 no sólo como la ocasión de poner la guinda a una excelente trayectoria como técnico, sino también como la forma más justa para vengarse de las críticas.

Deseaba ganar el mundial, dar a Italia su cuarto título de la máxima categoría, convertirse en el técnico italiano más laureado, y acallar bocas. Y, después, marcharse de la selección en olor de gloria y multitud, y con todos pidiéndole su continuidad.

En pleno mundial, en sus comparecencias ante los medios informativo, se le notaba tenso, nervioso e, incluso, lanzó acusaciones impropias contra con la prensa (como aconteció el día previo de los octavos de final ante Australia) por artículos que no le gustaban.

Todo lo contrario con sus jugadores y en su hacer sobre el campo. Ahí estaba fiel a su estilo, serio y con dotes de mando, pero con dosis de buen humor; y, sobre todo, muy concentrado. Les aisló del entorno, les inculcó sus grandes ganas y su espíritu ganador. Y se alzaron con el mundial.

Lippi alzó la preciada Copa del Mundo en Alemania y estos días en los festejos vividos en Italia, sabiendo que iba a dejar la selección pese a los intentos políticos y de los aficionados que han pedido su continuidad.

Ahora, a tres días de que acabe su contrato (este sábado), ha anunciado que se va, que es irrevocable su decisión de no renovar contrato, porque ha agotado su misión. Pero la verdad es que se marcha acallando bocas.