Las lágrimas recuerdan que Federer es humano.
Las lágrimas que derramó en la Rod Laver Arena descubrieron que el suizo Roger Federer es humano, y que a pesar de sus siete títulos del Grand Slam aún siente esa especial emoción al imponerse en un torneo, incluso cuando lo hace sufriendo.
Federer volvió a llorar como lo hizo cuando ganó su primer Wimbledon en 2003. En aquella ocasión recordaba emocionado a su ex-entrenador Peter Carter, fallecido en un accidente de automóvil el 1 de agosto del 2002. Tres años después lo ha hecho de nuevo, y esta vez sin razón especial alguna, quizás por la emoción de recibir el trofeo de uno de sus ídolos, Rod Laver en Melbourne.
De aquel Londres en el 2003 a la capital del estado de Victoria han transcurrido tres años. Suficiente para que el jugador de Basilea aumente su leyenda. Son ya 35 títulos, siete grandes, 104 semanas como número uno del mundo, el tercer reinado más extenso desde que el ránking fue instaurado en 1973, después de Jimmy Connors (160 semanas) e Ivan Lendl (157).
Sus cuatro derrotas el pasado año, ante el ruso Marat Safin en Melbourne, el francés Richard Gasquet en Montecarlo, el español Rafael Nadal en Roland Garros y el argentino David Nalbandián en la Copa Masters de Shanghai, forman parte de sus heridas de guerra.
Pero Federer ha empezado el 2006 con fuerza. Ganador en Doha, y luego en Melbourne, el que ha sido considerado Mejor Deportista Suizo, y Suizo del Año mantiene con 24 años su carácter irreductible.
Acompañado ahora por el australiano Tony Roche como entrenador, Federer se mantiene en la línea de juego que él desea. Ganar un Grand Slam al año, aunque solo sea uno, es formidable, dice. De momento lleva tres seguidos y si consiguiese la hazaña de vencer en Roland Garros en mayo completaría el Federer Slam, tal y como hizo Serena Williams entre 2002 y 2003.
Ultimo jugador capaz de ganar en Wimbledon y en Australia al año siguiente después de Pete Sampras en 1994, la sombra de Pistol Pete siempre le perseguirá, no solo por el enorme parecido en el juego entre ambos, alabado en extremo por John McEnroe, que incluso le considera el mayor talento de la historia, sino porque él mismo se empeña en acercarse al máximo a la frialdad que exhibía el californiano.
Roger Federer, precisamente, ya avisó de su tremendo potencial en el 2001 cuando derrotó a Pete Sampras en los octavos de final de Wimbledon, cortando su racha de 31 victorias allí. Dos temporadas después levantaba el trofeo en la central, convirtiéndose en el primer suizo que ganaba un Grand Slam.
Allí tomó la decisión de separarse de la poderosa organización IMG a la que dejó, evidentemente, sin una de las joyas más preciadas del circuito, para crear su propia compañía, formada íntegramente por sus familiares y entorno, para que todo quedase en casa.
Sus padres, Lynette (surafricana) y Robert, forman la parte directiva. Pierre Paganini, la técnica, y su novia Mirka trabaja en la oficina y se encarga de la coordinación con los medios de comunicación.
Como siempre, lleva colgado a su cuello un collar de madera, que compró durante unas vacaciones en Sudáfrica para visitar el país de su madre, y que tiene un significado especial para él, pues asegura que le protege de los ataques de los tiburones.
Federer creció con la imagen de tres grandes campeones en el All England Tennis Club, Sampras, Boris Becker y Stefan Edberg, en su memoria. Tomó su primera raqueta a los tres años, pero el fútbol y el hockey hielo (fue un destacado jugador júnior en el equipo nacional) le mantuvieron indeciso hasta prácticamente los 14 cuando se decantó definitivamente por el tenis.
Sus primeros pasos los dio en la Federación de Tenis de Suiza, donde lo pasó realmente mal, pero inmediatamente comenzó a ganar torneos júnior, debido en parte a su gran potencia con el servicio y su habilidosa volea.
Marc Rosset, campeón olímpico en Barcelona'92, dijo de él que sería un digno sucesor suyo, y así en 1998 ganó el torneo júnior de Wimbledon en individual y dobles, y también alcanzó la final del US Open en esta categoría y las semifinales del Abierto de Australia.
Federer cerró su carrera júnior al ganar la Orange Bowl al derrotar al argentino Guillermo Coria en la final y lógicamente fue el mejor júnior del mundo ese año.