Diálogo y no prepotencia
Los problemas graves por los que atraviesa el Deportivo Quito, me ha permitido analizar la situación fríamente, aunque con la información de la prensa y sus entrevistas a directivos, a jugadores y técnicos del plantel pues, no tengo acceso directo. Y, eso me permite establecer el siguiente comentario con mi opinión, tratando de buscar de alguna manera pronta, una solución que no afecte más, a la vida del equipo de fútbol que lleva honrosamente el nombre de la ciudad capital de todos los ecuatorianos.
Mi abuelo sabía decirme: “los extremos son malos pues, no permiten una solución, sino por el contrario, ahondan los problemas”. Yo creo en esas palabras sabias de mi antepasado pues, sino existe un diálogo racional entre las partes, la prepotencia dirigencial, tampoco llevará a nada bueno a esta lamentable situación. Veamos entonces, cuáles son los puntos en disputa y, cómo se podría llegar a consensos en las dos partes y, a la finalización de los problemas que afectan al momento al primer plantel.
Los dirigentes, luego de haber firmado los contratos de trabajo con los jugadores, personal técnico, personal médico y, personal de apoyo y administrativo, tienen por obligación de la ley, en nuestro país, pagarles sus emolumentos mensualmente, si los contratados han cumplido con sus obligaciones contractuales. Los contratados, tienen la obligación de cumplir con sus obligaciones descritas en sus contratos. Si cada una de las partes, cumple con sus obligaciones, por simple sentido común y lógica, no deberían existir problemas de ninguna clase.
Si los dirigentes incumplen con sus obligaciones contractuales ante la ley, tienen la obligación de buscar a la velocidad que el caso requiera, el dinero para no dejar que el plazo del incumplimiento, afecte a los contratados quienes, a su vez, tienen todo el derecho del mundo, para reclamar los pagos (eso –por acaso- no es chantaje) pues, ellos y sus familias necesitan esos dineros para vivir. Ahora, la FIFA ha encontrado una salomónica solución, para que los jugadores que se encuentran impagos por dos meses, puedan pedir a través de la FEF, su libertad de acción, ya que, quedarían automáticamente, en poder de sus pases. Pero eso, directamente, perjudicaría al club, que perdería uno de sus más preciados activos.
Se señala por parte de los directivos que prefieren terminar el campeonato del presente año con los jóvenes “que sí quieren a la institución”. Eso está bien pero, eso debieron haberlo pensado mucho antes, y no, cuando se encuentran en medio de la problemática de la que no es fácil salir. Sin embargo me pregunto, ¿con todo lo acontecido, y al no haber dado paso para solicitar su libertad a la FIFA, quiere decir que no aman al club? A mí me parece, realmente, “una cosa de locos” esta afirmación. Pero, sin embargo, si se llega a liquidar administrativamente a los jugadores y al cuerpo técnico, ¿con qué dinero les pagarían las liquidaciones, sino han podido pagarles los sueldos mensuales que es lo único que solicitan?
Hay momentos en que uno no entiende cómo piensan otros seres humanos. ¿Acaso no pueden concertar un diálogo con ayuda de gente pensante y que no tenga nada que ver con el problema para llegar a una solución que satisfaga a todos por igual? Yo creo que sí pero, cuando de cada uno de los lados, se ceda en algo, para evitar que se continúe con la tensión existente, propia de tanta amenaza.
Ahora es cuando deberían hacerse ver los dirigentes de la FEF y del Ministerio del Deporte, para poder alcanzar con sus buenos oficios, que termine esta tempestad de “odios”, creados por las situaciones que viven, tanto dirigentes, a quienes les ha faltado capacidad o conocimientos para ser tales; y, a los jugadores, para mirar más de cerca una solución, que les impida salir de este problema como entes no deseados y, que puedan continuar con su vida como profesionales que son. Ojalá estas palabras, sirvan para hacer pensar en forma más clara a los integrantes de los dos lados del problema y, que eso les permita llegar a mirar, nuevamente, la luz en este largo y oscuro callejón.
Jorge García Romo