D. Quito: La crueldad del éxito

Enviado por robert el Lun, 12/09/2016 - 14:47

Las campanas de la Catedral, San Francisco y La Merced, templos sagrados del catolicismo quiteño,  anunciaban el título nacional del Deportivo Quito en 1964. Eduardo Bores (DT argentino) formó un equipo lleno de voluntad y espíritu con “Abuelito” Arias; Romanelly, Vidal y Charpantier; Aguirre y Muñoz; Pardo, Vivero, Baldi, Guerra y Lugo.

Y después de 4 años (1968) deslumbró con fuerza y solidez para lograr el título de campeón nacional. Contrató al mejor “10” que haya pasado por Ecuador en toda su historia futbolera (Oscar Milber Barreto) y junto a Victor”Loco” Manuel Battaini, Héctor “Pototo” de los Santos y “Monseñor” Luis Alberto Aguerre, todos uruguayos, armó un equipo ganador con la clase ecuatoriana de Utreras, Alvarado, Valencia, Galárraga, Álava, Calderón, Sánchez y Contreras, además del contingente colombiano con “Pipa”Solarte. El magistral DT fue Ernesto Guerra Galarza. Todo era honestidad y manos limpias.

DE COPA EN COPA

Y pasaron 40 años de sequía de alegrías y títulos. Recordamos el miércoles 3 de diciembre del 2008, mientras se chocaban copas con fino licor, el mareo fue introduciéndose en las calenturientas mentes de los directivos del Deportivo Quito que se ufanaban en haber recobrado la clase y el título tras 40 años de drama, sufrimientos y sueños. Era la tercera estrella.

Los nuevos héroes fueron paseados por la ciudad de Quito con la corona de laureles, símbolo irrefutable de victoria, con el dolor de muchos y el desconsuelo de los tontos de siempre.

Con las manos arriba y la sonrisa interminable de felicidad, escribían con letras de oro la nueva historia del equipo de la “Plaza del Teatro” los gladiadores del 2008: Giovanni Ibarra, Franklin Corozo, Luis Checa, José Luis Cortez, Isaac Mina, Edwin Tenorio, Michael Castro, Oswaldo Minda, Luis Fernando Saritama, Walter Calderón y Leider Preciado junto al inefable DT. Carlos Sevilla.

Ellos(los dirigentes) no sabían que estaban cavando la fosa del equipo enseña de la capital que años después lloraría lágrimas de sangre con el descenso a la Segunda Categoría del fútbol ecuatoriano. Ocho años después se cumplió la sentencia: Ríe hoy, llorarás mañana.

El delirio de grandeza se reflejó en los ofrecimientos (únicos en Sudamérica) de $ 100.000 dólares por partido ganado y subida de sueldos de $ 200 a $ 45.000. Todos cobraban. Nadie sabía de donde venía el dinero, pero poco importaba eso, mientras haya para comer, chupar y celebrar las noches de farra, música y alegría. Lo demás no tenía importancia. Eran los Árabes de América. Era el momento de gloria, para emborracharse de vanidad y someterse a la prepotencia del fútbol.

Lo que viene después tiene una metamorfosis llena de sangre, sudor y lágrimas. Todos (dirigentes) a su debido tiempo, con cálculo o no, con irresponsabilidad y saña, fueron creando la contabilidad científica donde se pagan millones y no había un solo documento justificativo. Todo era imperceptible. Se posesionaba la corrupción con sus mil tentáculos y formas

El 2009 fue glorioso sin dejar de mencionar renuncias, cambio de técnico y dificultades económicas. La recesión había llegado a la “AKD” y pese a ello se logró el Bicampeonato. Finalmente vino el 2011 con la quinta corona que lo dejó en la indigencia. Se debía a todo el mundo y los acreedores lo apercollaban.

Alguno de los de turno dijo que el déficit era de 20 “melones”, aunque no tenía prueba fehaciente de lo afirmado, pero calculaba que es una cifra real por todo lo que aparecía por pagar. Es decir, todos, tal vez con una que otra excepción, le habían esquilmado al equipo de la ciudad, le habían girado cheques sin fondos, habían puesto a testaferros para cobrar ese rato o en el futuro las mañoserías de auténticos delincuentes que no tuvieron escrúpulos al momento de vender jugadores, firmar letras o contratos de publicidad que nunca salieron a la luz pública.

Se había implantado en D. Quito la “maquinaria perfecta” de estafa al fútbol. Los mentirosos y chulqueros se pusieron de moda. La impunidad visitaba los modestos hogares de los cadavéricos jugadores de fútbol.

Por eso la SEK que invirtió 4 millones de dólares corrió despavorida al saber que le habían estafado dirigentes que con otros nombres y triquiñuelas (pusieron los de testaferros) sacaron provecho de esta gran oferta para “salvar” la vida del equipo querido de Quito.

Ex-jugadores con juicios cobraron sus haberes atrasados en tribunales internacionales (FIFA o CONMEBOL), al igual que antiguos directores técnicos y dirigentes. Las excusas de los tiranos rayaban en lo insólito, como no había efectivo les dieron a los jugadores cheques que al minuto rebotaron como pelotas de goma. Es decir, el juego del timo se fue acrecentando hasta llegar a la inmundicia.

La presencia de oportunistas, locos por el vedetismo, de timadores, testaferros y corruptos, caracterizó la década de la debacle, cuando inclusive el sagrado nombre entró a subasta pública y entrega descarada a  una organización financiera insignificante y quebrada. Y los puntos ganados en la cancha eran arrebatados en la FEF que todos los “martes negros” ponía a DQ en la guillotina. Hasta que le cortó la cabeza…

Y la miseria se instaló en Carcelén. Los jugadores hacían “vaca” para la sopa solidaria, donde los porotos y las papas paliaban los estómagos vacíos de casi todos aquellos que desayunaban pan y cola. No se podía llegar más abajo, todos jugaban con el corazón en el maldito infierno de la verborrea, explotación, incomprensión y deudas.

Y para el colmo del cinismo los testaferros de antes, salieron a  declarar y opinar ante la tristeza y desazón de toda una ciudad que vio con estupor como se lo “tragaron vivo” al equipo de la ciudad.

La crisis explotó en el 2015 con el descenso a la Serie B y por pagos incumplidos a la Segunda Categoría en el 2016. Los hinchas irrumpieron en Carcelén pidiendo cuentas a los fantoches que una vez más esbozaron una lacónica y forzada sonrisa, para poner los pies en polvorosa y dejar el norte a 200 km por hora. Sino, los alienados hacían justifica por su propia mano y les reventaban el alma.

Es una historia insólita. Ningún poder del fútbol, ha intervenido para poner la casa en orden y denunciar a los filibusteros. No conviene poner el dedo en la llaga y sacar el pus que fue corroyendo los huesos de una estructura que tiene historia y leyenda, pero que hoy se ha convertido en la repetición de aquel milenario y célebre cuento de “Ali Baba y los 40 ladrones”.

Por: Gonzalo Melo Ruíz